jueves, 24 de septiembre de 2015

El Mujica peruano

La semana pasada en la Derrama Magisterial se realizó una actividad en homenaje a Héctor Béjar y los guerrilleros del ELN. Terminando los discursos, continuó un acto musical que estaba a cargo de Margot Palomino. Mientras animaba la actividad, ella elaboró la idea que motiva este artículo: Héctor Béjar sería nuestro Pepe Mujica. En efecto, son parecidos, ambos fueron guerrilleros y su larga carrera profesional posterior ha mostrado una notable coherencia con sus ideales juveniles, a la vez que una apuesta por modernizarse y no quedar atrapado en los recuerdos del ayer. Sin embargo, en la izquierda peruana bien podríamos querer, pero no estamos mínimamente en condiciones de llevar a Béjar a la presidencia. ¿A qué se debe esta diferencia?
 
Para empezar se trata de dos izquierdas muy distintas. Después de la derrota de las guerrillas, los Tupamaros se fundieron en una experiencia de izquierda unitaria, el Frente Amplio, aceptando la democracia sin medias tintas. Mientras que, nuestra izquierda local sigue encerrada en múltiples capillas y predomina lo reducido de sus alianzas. Ambas experiencias, de resultados distintos, muestran que para superar el espíritu de secta es preciso participar activamente de la democracia. Hay una conexión entre estos términos, porque para aspirar al poder a través de elecciones se requiere crear coaliciones que agrupen múltiples grupos sociales. Mientras que, si uno defiende intereses sectoriales (sindicales, fonavistas o ecologistas, por ejemplo) conviene ser pocos y puros. Es la lógica del grupo de influencia, que predomina entre nosotros, y no la del partido político que se forjó en Uruguay liderando un bloque de la izquierda y el centro.
 
Otro punto es la calidad de la gestión. La izquierda uruguaya antes de llegar a la presidencia había gobernado Montevideo y varios gobiernos subnacionales. Siempre lo había hecho bien y el profesionalismo había dominado sus gestiones. Mientras que la izquierda peruana viene desperdiciando una serie de oportunidades. No solo se trata de Susana Villarán, sino que en una serie de gobiernos regionales y municipales las figuras de izquierda actual no han realizado gestiones impactantes.
 
Lejos han quedado tiempos cuando la izquierda establecía modelos políticos a ser replicados, como Ilo o Villa El Salvador de los ochenta. Ahí está lo esencial, porque la presidencia no es un albur, menos para la izquierda, que debe imponerse sobre poderosos intereses de la elite. Para intentar ganar la lucha por la presidencia, la izquierda está obligada a superar la valla de la gestión en niveles intermedios, y me parece que en el Perú de hoy estamos lejos.
 
Un último tema que diferencia a Mujica de Béjar es el perfil de sus carreras. Empezaron igual, en las guerrillas izquierdistas de los sesenta. Pero luego elaboraron estrategias diferentes para su propia vida. Mujica compitió por el gobierno desde la lucha electoral, habiendo sido diputado, senador y ministro antes de ser presidente. Así, creció dentro del sistema democrático construyendo una alternativa propia. Mientras que Béjar, luego del velasquismo, pasó a trabajar muchos años en una destacada ONG, incursionó en el periodismo y luego ha recalado en San Marcos, donde es un profe admirado por los estudiantes. Ha pasado de actor a comentarista, a cierta distancia de la política propiamente dicha. Seguramente no por voluntad propia, sino por las circunstancias del país.
 
Entonces pareciera que nada los vincula, que son completamente diferentes. No es cierto. En un sentido esencial Béjar es nuestro Mujica. Habiendo partido del mismo punto se han conservado jóvenes. No han tenido ambición personal de poder, porque el gran tema de sus vidas ha sido el compromiso. Son seres de una sola causa, que consiste en entregarse a los demás. Que los afanes de uno sean los intereses de todos. Quien mantiene esa actitud a lo largo de la vida llega a viejo siendo querido porque es verdadero, como Béjar nuestro respetado maestro y amigo.

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