Uno de los momentos más aplaudidos del muy aplaudido discurso del Presidente cubano Raúl Castro en el segmento de alto nivel del 70 período de sesiones de la Asamblea General de la ONU fue cuando dio su apoyo “enérgicamente” al “ejercicio real del derecho inalienable del pueblo palestino a construir su propio Estado dentro de las fronteras anteriores a 1967 y con su capital en Jerusalén oriental”.
La postura cubana solo está exigiendo que se cumpla la legalidad internacional y se acate la Resolución 242 de 1967 del Consejo de Seguridad de la ONU que obliga a Israel a retirarse de Gaza, Cisjordania y Jerusalén Oriental, retornando a las fronteras anteriores a la “Guerra de los Seis Días” de 1967 y la 478 de 1981 del mismo órgano que “censura en los términos más enérgicos” como una violación del derecho internacional la procaclamación por Israel de Jerusalén “entera y unificada”, como su capital. Pero en este mundo al revés, lleno de hipocresía, hemos llegado a un estado en que decir la verdad y tener memoria merece ser aplaudido y genera admiración, más cuando unos están acostumbrados a doblegarse a cambio de migajas y otros –los más fuertes- suelen imponer sus condiciones esperando que todos las acepten.