Camina sin detenerse, no tiene que medir los pasos, ni pararse cuando alguien pasa por su lado, no escucha más el sonido atronador de una reja, no habrá de nuevo horarios irrestrictos, ni el mismo uniforme todos los días. Se acabaron los besos a cuentagotas, los abrazos por correo, los dedos acortando el camino de alguna lágrima por la mejilla de su madre o los escasísimos segundos para una fotografía juntos al final de cada visita en prisión…
Es 27 de febrero de 2014 y un Héroe cumple con todos los segundos de una sentencia diabólica que lo alejó por 15 años, cinco meses y 15 días. ¿Qué pasará ahora? ¿Acaso regresará de inmediato o en algún papel inoportuno de emigración estará pendiente la firma de alguien ajeno a la espera, que no sabe de amores postergado, de una libertad urgente, de una vida detenida demasiado tiempo, del añorado abrazo de Cuba?
Fernando es libre. Hasta escribirlo me parece irreal. Y mientras yo me pierdo en temas existenciales, entre el tiempo implacable y el destino único, una familia materializa en el hogar hasta el momento más común. Allá en el reparto de La Víbora, donde vive Magalis Llort, la madre heroína, quizás una olla de yuca con mojo esté esperando a "Fernan"; quizás la casa esté más linda que nunca, llena de flores y luz; quizás Rosa Aurora, el amor de siempre, camine de un lado para otro, toda nerviosa, como aquella cita de la primera vez; quizás sus hermanas estén juntando los recuerdos de todos estos años para que él no se pierda el más mínimo detalle.
A todos, hasta a sus amigos, les resultará difícil, más allá de constantemente evocado, el recuentro con él. Porque si de un tirón se fue, sin aviso, de un tirón regresa luego de muchas noches. Entonces volverá a estar en los desayunos, volverá a buscar los “mandados” a la bodega, volverá a sentarse a ver el noticiero y allí estará Serrano, perennemente, dándole de nuevo la bienvenida, volverá a pedirle a su esposa que le alcance la toalla al baño, quizás acompañe a su madre a la hora de la novela y se convierta en un adicto más a Avenida Brasil o alguna mañana lleve a sus sobrinas al círculo infantil o la escuela, de seguro volverá al Latino, a la Serie de Pelota, a los encarnizados debates, a las críticas. Volverá a estar y esa podría ser la gloria misma.
Pero, siempre los peros, la felicidad se sigue resistiendo a ser completa para ellos. Mientras Fernando se reencuentra con La Habana, con este archipiélago, con su gente, con los cubanos que hace quince años no sabían de él pero que ahora se lo conocen de memoria, tres de los nuestros siguen pasando sus días demasiado lejos del calor de Cuba. Por eso para él no habrá dicha plena hasta que todos estén de nuevo juntos, porque el dolor de uno es el de los cinco y las alegrías son igualmente compartidas. Como ya avisó cuando alguien le preguntara qué haría al llegar a la Isla, se sumará a René para salvar a sus hermanos del tiempo, de los años que le restan a Tony y a Ramón, y de las cadenas perpetuas que pesan sobre Gerardo, esa ignominia mayor para quien ha sido siempre un hombre bueno…
Por lo pronto, Fernando estará de camino a la Patria. Entonces, vivamos con él este reencuentro como hemos vivido sus años de prisión, hagamos nuestro el beso a su familia, lloremos de emoción con ellos, alegrémonos con su victoria, abracémoslo como al hijo que, después de muchos años, de muchas ausencias, de demasiados pesares, regresa a casa para descansar de sus dolores y luego, ya más aliviado, vuelve a batallar. Fernando estará en nuestro país, compartamos entonces su sonrisa, la de todos.
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