
El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, está peleando por salvar su reputación de honesto y por reparar el daño que ha sufrido la ley de Salud, que en la mente del público, lleva su nombre: Obamacare.
Él admite que tiene que trabajar duro para volver a ganar la credibilidad que tenía entre los estadounidenses. “Ésta me corresponde a mí”, ha dicho, reconociendo que la implementación práctica de su gran reforma ha sido “torpe”.
Su problema, como suele ocurrir seguido con los políticos, se remonta a una promesa impulsiva. El mandatario había asegurado que bajo su legislación, la gente podría mantener su actual plan de salud. “Si les gusta, se pueden quedar con su plan”, dijo.
Pero eso no es cierto. Muchos planes no logran cumplir los altos estándares de cobertura que exige la ley. Algunos solo cubren condiciones realmente severas, otros no cubren los gastos del parto ni las visitas al médico ni la prescripción médica ni otros aspectos.