El aniversario número 50 de la muerte violenta del presidente estadunidense John F. Kennedy nos arroja un secreto largamente guardado: tras el asesinato en Dallas, Fidel Castro envió un mensaje por canales discretos a Washington pidiendo reunirse con la comisión oficial que investigaba el magnicidio, para disipar los crecientes alegatos de que Cuba era la responsable. La comisión, encabezada por el presidente de la Suprema Corte de Justicia estadunidense, Earl Warren, envió a uno de sus abogados, el afroestadunidense William Coleman, en misión clandestina para reunirse con el líder cubano en un bote en el Caribe.
Coleman contó en entrevista al reportero de investigación Philip Shenon, la primera relacionada con esta reunión ultrasecreta, que hablaron durante tres horas. Pese a presionar al líder cubano en torno a los vínculos de Lee Harvey Oswald con Cuba y a su misteriosa visita a la embajada cubana en México antes del asesinato, Coleman informó a Warren: no encontré nada que me hiciera suponer que haya pruebas de que él [Castro] lo hizo. De hecho, pese a Playa Girón, la crisis de los misiles, los complots para asesinar gente en Cuba y el embargo comercial, Castro insistió en que admiraba al presidente Kennedy.
Secretos y teorías conspirativas
En Estados Unidos, el aniversario de la muerte del joven presidente ha generado una cobertura masiva en los medios: documentales especiales para la televisión, una oleada de libros y artículos nuevos, un nuevo filme hecho en Hollywood.
Inevitablemente, surgen nuevas teorías que discuten una vez más las posibles conspiraciones relacionadas con quién mató a Kennedy y por qué. La Comisión Warren concluyó que Oswald, solitario enloquecido que se declaraba marxista, actuó solo cuando disparó al presidente. Pero el sigilo del gobierno estadunidense, en particular que la CIA retuviera información de sus esfuerzos ultrasecretos por asesinar a Castro, y de la vigilancia que ejerció sobre Oswald cuando visitó la ciudad de México (protegiendo sus operaciones de colecta de información de inteligencia en México), levantó sospechas de que alguien encubría algo.
La Casa Blanca tampoco compartió detalles extraordinarios, como que la actitud de Kennedy hacia Cuba tuvo un giro significativo, siendo Cuba un país central en cualquier discusión histórica del impactante asesinato del presidente en Dallas.
Casi inmediatamente después del asesinato cometido el 22 de noviembre de 1963, los enemigos de la revolución cubana comenzaron a plantar acusaciones de que el pro castrista Oswald había conspirado con Cuba para matar al presidente. En Nueva Orleáns, donde Oswald creó el comité Juguemos Limpio con Cuba (de un solo miembro), un grupo de exiliados con respaldo de la CIA, llamado Directorio Revolucionario Estudiantil (Revolutionary Student Directorate), publicó un boletín el 23 de noviembre con un retrato de Castro junto a una foto de Oswald. Seis días después del asesinato, el director de la CIA, John McCone, informó al nuevo presidente, Lyndon Johnson, que un agente de inteligencia nicaragüense en México, Gilberto Alvarado, había advertido a nuestra estación [en México] con gran detalle sobre el supuesto hecho de que el 18 de septiembre vio a Oswald recibir 6 mil 500 dólares en la embajada cubana en la ciudad de México. Alvarado aseguraba que el dinero era el pago por matar al presidente.
La CIA sospechó de inmediato de la credibilidad de esta información porque la FBI tenía pruebas concretas de que Oswald estaba en Nueva Orleáns el 18 de septiembre; los documentos de inmigración mostraban que no había viajado a México hasta el 26 de septiembre. Alvarado fue retenido en una casa de seguridad de la CIA y luego entregado a las autoridades mexicanas para que lo siguieran interrogando. Éste no pasó la prueba del polígrafo de esa agencia y se retractó de sus afirmaciones. De acuerdo con el informe ultrasecreto de la CIA El asesinato del presidente Kennedy, Alvarado admitió ante autoridades mexicanas que su relato era una fabricación diseñada para provocar que Estados Unidos sacara a Castro de Cuba a patadas.
Castro también observaba ocurrir una conspiración, muy diferente. El 23 de noviembre transmitió una declaración por la radio cubana en la que calificaba el asesinato de Kennedy de conspiración maquiavélica contra nuestro país, que buscaba justificar de inmediato una agresiva política contra Cuba… construida con la sangre aún tibia y el cuerpo insepulto de su presidente, trágicamente asesinado. Oswald, declaró Castro, pudo haber sido un instrumento de los sectores más reaccionarios que han estado tramando esta siniestra conspiración, y que pueden haber planeado el asesinato de Kennedy por estar en desacuerdo con su política internacional.
Al momento en que ocurría esa dramática declaración, Castro sabía algo de la política internacional de Kennedy que el resto del mundo no supo: en los días que lo asesinaron, el presidente estadunidense exploraba activamente un acercamiento con Cuba y trabajaba en secreto con Castro para instaurar negociaciones secretas con el fin de mejorar las relaciones. En noviembre de 1963, Cuba no tenía razones para asesinar a Kennedy porque estaba involucrada en la creación de una diplomacia por canales secretos que hubiera podido conducir a la normalización de relaciones. En el mismo momento en que se cometió el asesinato, Castro sostenía una reunión con un emisario que Kennedy había enviado a La Habana en misión de paz.
Pláticas secretas Cuba-EU
Las conversaciones entre Cuba y Estados Unidos comenzaron, irónicamente, tras un flagrante acto de agresión de Washington: la invasión paramilitar de Playa Girón. Después de la victoria cubana sobre una incursión armada que contó con apoyo de la CIA, el presidente y su hermano Robert Kennedy enviaron al abogado James Donovan para negociar la liberación de más de mil miembros de la incursión que fueron capturados. Durante el curso de varias sesiones de negociación en el otoño de 1962, Donovan gestionó un arreglo para abastecer la isla con 62 millones de dólares en alimentos y medicinas a cambio de la liberación de los prisioneros.
Este hombre no sólo obtuvo la libertad de los prisioneros, sino la confianza de Fidel Castro.
En la primavera de 1963, Donovan regresó a La Habana varias veces para negociar con Castro la liberación de dos docenas de estadunidenses –tres de ellos agentes de la CIA– encarcelados en prisiones cubanas bajo los cargos de espionaje y sabotaje. Durante el curso de estas reuniones, por vez primera Castro planteó el punto de la restauración de relaciones. Dada la acrimonia y la hostilidad de lo ocurrido en el pasado reciente, cómo podrían Estados Unidos y Cuba proceder con el asunto, preguntó a Donovan.
En la primavera de 1963, Donovan regresó a La Habana varias veces para negociar con Castro la liberación de dos docenas de estadunidenses –tres de ellos agentes de la CIA– encarcelados en prisiones cubanas bajo los cargos de espionaje y sabotaje. Durante el curso de estas reuniones, por vez primera Castro planteó el punto de la restauración de relaciones. Dada la acrimonia y la hostilidad de lo ocurrido en el pasado reciente, cómo podrían Estados Unidos y Cuba proceder con el asunto, preguntó a Donovan.
¿Sabe cómo hacen el amor los puercoespines?, respondió Donovan. Con sumo cuidado. Y es así como ustedes y Estados Unidos deberían proceder con este asunto.
Cuando el informe de Donovan sobre el interés de Castro en sentarse a conversar para normalizar relaciones llegó al escritorio de Kennedy, la Casa Blanca comenzó a considerar la posibilidad de un enfoque dulce hacia Castro. Los ayudantes de mayor rango argumentaron que Estados Unidos debía exigir a Castro que dejara atrás sus relaciones con los soviéticos como precondición de cualquier plática. Pero el presidente se impuso; ordenó a sus asistentes más cercanos que comenzaran a pensar en términos más flexibles al negociar con Castro, y dejó claro, según algunos documentos desclasificados de la Casa Blanca, que se mostró muy interesado en proseguir en esta opción.
En abril de 1963, en su último viaje a Cuba, Donovan presentó a Castro con una corresponsal de ABC News, Lisa Howard, que había viajado a La Habana a realizar un especial televisivo sobre la revolución cubana. Howard remplazó a Donovan como interlocutora central en este prolongado esfuerzo secreto por entablar unas primeras conversaciones serias, frente a frente, para mejorar las relaciones. A su regreso de Cuba, la CIA se reunió con ella en Miami y la interrogó acerca de si había un claro interés de Castro en el mejoramiento de las relaciones. En un memorando ultrasecreto que llegó al escritorio del presidente, el director adjunto de la CIA, Richard Helms, informó: en definitiva Howard quiere impresionar al gobierno estadunidense con dos datos: Castro está listo para discutir un acercamiento y ella está lista para discutir el asunto con él si se lo pide el gobierno de Estados Unidos.
Como era de esperarse, la CIA se opuso tajantemente a cualquier diálogo con Cuba. La agencia tenía la autoridad institucional para proseguir con sus esfuerzos de frenar la revolución por medios encubiertos. En un memorando apresurado que fue enviado a la Casa Blanca el primero de mayo de 1963, el director de la CIA, John McCone, solicitó que no se diera por el momento ningún paso en el acercamiento, y apremió a que Washington fuera lo más limitado en sus discusiones en torno a un proceso de arreglo con Castro.
Pero en el otoño de 1963, Washington y La Habana activamente emprendieron pasos hacia unas negociaciones reales. En septiembre, Howard utilizó una fiesta en su casa de Manhattan, en la calle 74 Este, como cobertura para la primera reunión entre un funcionario cubano (el embajador ante Naciones Unidas Carlos Lechuga) y un funcionario estadunidense (el embajador adjunto ante la ONU William Attwood).
Attwood dijo a Lechuga que por lo menos había interés de la Casa Blanca en las conversaciones secretas, si existía algo de lo cual hablar. También apuntó quela CIA maneja la política con Cuba. Tras la reunión, Castro y Kennedy utilizaron a Howard como intermediaria para comenzar a pasar mensajes en torno a los posibles arreglos para efectuar una sesión de negociaciones entre ambas naciones.
El 5 de noviembre, el sistema de grabaciones secretas de la Oficina Oval de Kennedy registró una conversación con su asesor en seguridad nacional, McGoerge Bundy, sobre si enviar a William Attwood (que en ese momento servía como adjunto del embajador estadunidense Adlai Stevenson en Naciones Unidas) a reunirse en secreto con Castro.
Bundy dijo al presidente: Attwood tiene ahora una invitación para ir a hablar con Castro acerca de condiciones y términos bajo los cuales estaría interesado en discutir sus relaciones con Estados Unidos. Se escucha al presidente acceder a la idea, pero pregunta si es posible sacar a Attwood de la nómina antes de que vaya, para sanearlo, haciéndolo ver como un ciudadano cualquiera en caso de que se filtrara el rumor de la reunión secreta.
El 14 de noviembre, Howard arregló que Attwood fuera a su casa y hablara vía telefónica con el asistente principal de Castro, René Vallejo, buscando obtener la agenda de los cubanos para una reunión secreta en La Habana con el comandante cubano. Vallejo accedió a transmitir una propuesta al embajador Lechuga, quien informaría a los estadunidenses. Cuando Attwood pasó esta información a Bundy en la Casa Blanca, éste le dijo: cuando reciba la agenda, el presidente querrá verme en la Casa Blanca para decidir qué decir y si hay que ir [a la isla] o cómo proceder.
Eso fue el 19 de noviembre, recuerda Attwood. Tres días antes del asesinato.
El acto final de Kennedy
Pero Kennedy también envió a Castro otro mensaje de potencial reconciliación. Su emisario, el periodista francés Jean Daniel, se reunió con Kennedy en Washington para discutir el asunto Cuba. El presidente le dio un mensaje para Fidel Castro: son posibles mejores relaciones, y ambos países deben trabajar para poner fin a las hostilidades. El 22 de noviembre Daniel pasó ese mensaje a Castro, y los dos lo discutían con optimismo en el almuerzo cuando Castro recibió una llamada telefónica informando que le habían disparado a Kennedy. Esto es terrible, dijo Castro a Daniel, dándose cuenta de que su misión se había abortado por la bala de un asesino. Ahí quedó tu misión de paz.
Entonces Castro predijo con precisión: van a decir que nosotros lo hicimos.
Entre las controversias que continúan en torno a posibles teorías conspirativas, lo que se pierde en la discusión histórica del asesinato es que el último acto de Kennedy como presidente fue acercarse a Castro y ofrecer la posibilidad de una relación bilateral diferente entre La Habana y Washington. Cincuenta años después, el potencial que Kennedy avizoró, en relación con una coexistencia entre la revolución cubana y Estados Unidos, tiene todavía que cumplirse. Como parte de la conmemoración de su legado, debemos recordar, reconsiderar y revisar su visión de un cese de hostilidades en el Caribe.
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