Carlos Fonseca Terán
Rebelión
El Che, por la ruta de Lenin.
Cuando se piensa en el Che, cuando se mencionan sus acciones y su
actitud ante la vida, cuando se hace referencia a sus frases – las verdaderas,
porque de frases falsas del Che ha estado plagado siempre el imaginario de la
izquierda y ahora, también el ciberespacio –, casi siempre se alude al Che
heroico y ejemplar; al héroe y al arquetipo humano que sin duda alguna fue.
Casi nunca se recuerda pues, al Che pensador, en cuya actitud misma y acciones
se reflejaban las ideas surgidas de una mente verdaderamente prodigiosa que a
pesar del corto tiempo con el cual pudo contar para ello, dejó un legado
teórico que es suficiente para comprender la ruta que marcó, y que debe
conducir con el desarrollo de ese pensamiento, a la actualización de la teoría
revolucionaria, que aún no supera el limbo en que fue dejada por el derrumbe
socialista de finales de los ochenta, entre el dogmatismo soviético y esa
confusa amalgama de ideas inconexas en las cuales consiste actualmente el
marxismo, salvándose de ese desastre únicamente los clásicos y unos cuantos
teóricos emblemáticos (Lenin, Luxemburgo, Gramsci, Mao y alguno que otro más),
entre los que el Che ocupa indudablemente un sitio sobresaliente, aunque esto,
por desgracia para la lucha de las ideas, aún no haya sido asumido por la
intelligentsia de la izquierda mundial. Es más, incluso en este terreno, el de
las ideas, los planteamientos más conocidos del Che son aquellos en los que
aborda el tema de la estrategia, la táctica, la forma y los métodos de la lucha
revolucionaria para la toma del poder, y no los más importantes, que son los
vinculados con la construcción del socialismo.
Muchos intelectuales de izquierda podrían considerar incluso
descabellada la afirmación que queremos dejar aquí plasmada, de que el Che
marcó pautas suficientes para que a estas alturas el movimiento revolucionario
mundial pudiera contar con una teoría científica actualizada y tan efectiva
como aun con todo, lo fue antes del apocalipsis socialista de los ochenta,
cuando ya el marxismo, anquilosado por el dogmatismo soviético, estaba en deuda
con la historia, en detrimento de su condición como instrumento para la acción
revolucionaria.
Debemos reconocer que ha habido esfuerzos aislados en este sentido, como
la obra – pionera en este tema – del economista cubano Carlos Tablada Pérez, El
pensamiento económico del Che, y la del también economista, segundo del Che en
el gabinete cubano de los sesenta, Orlando Borrego, Por el camino del fuego,
así como las interesantes reflexiones hechas al respecto por el intelectual
revolucionario argentino, Néstor Kohan, quien sin embargo consideramos que
comete un error al enfocar el pensamiento del Che como un punto de llegada a
partir de Gramsci, y no como lo que en realidad es, un nuevo punto de partida,
cuyo destino es la actualización del marxismo como instrumento de lucha y cuyo
punto de partida en todo caso, no es Gramsci.
A pesar de sus muchos planteamientos a nuestro juicio sumamente
interesantes y acertados acerca del pensamiento del Che, Kohan se equivoca al
ubicar dicho pensamiento en la línea gramsciana, para lo cual se basa en el
rescate y desarrollo teórico de la importancia otorgada tanto por Gramsci como
por el Che (pero también presente en Lenin y Mao) del factor subjetivo en el
desarrollo social y más aún, en la transformación revolucionaria consciente de
la realidad social, subestimado por el marxismo dogmático.
Gramsci fue – ni qué dudarlo – uno de los más destacados pensadores
marxistas de la historia, y sus ideas – postergadas por el dogmatismo que
predominó en el marxismo por décadas – estuvieron vinculadas con la necesidad
ya señalada por Marx en La guerra civil en Francia, pero desarrollada
posteriormente por este destacado intelectual marxista y militante comunista,
de no reducir la lucha revolucionaria por el poder a la conquista de la maquinaria
del Estado, sino extenderla a la sustitución de esa maquinaria por una
distinta, cuya creación debe ser parte inalienable de la construcción
socialista.
Sin embargo, es innegable que este gran pensador revolucionario no se
identificó con la idea de que el marxismo es una teoría científica, y por otra
parte descartó la necesidad de una concepción marxista del mundo como referente
de la correspondiente concepción científica de la realidad social. Sin entrar
pues aquí al debate sobre estos temas, mencionamos el asunto sólo para
sustentar nuestro planteamiento de que no hay una conexión de continuidad entre
el pensamiento de Gramsci y el del Che, quien evidentemente y a diferencia de
aquél, se identificaba con el carácter científico del marxismo y no reducía su
objeto de estudio al ámbito socioeconómico y político, considerando necesaria
una concepción marxista de la realidad en general.
En todo caso, el verdadero punto de partida del Che es Lenin, quien en
cierto modo resume su concepción de la lucha revolucionaria al plantear que el
viejo orden nunca, ni siquiera en las épocas de crisis, caerá, si no se le hace
caer, [1] en consecuencia con la idea de que no es posible la
sustitución del capitalismo por el socialismo sin la construcción consciente de
éste, dado que la misma consiste precisamente en la toma de control del objeto
social por el sujeto, que se convierte en tal transformándose a sí mismo en
objeto de su propio conocimiento como tal sujeto, lo cual es planteado por el
marxismo desde su surgimiento mismo, en los primeros escritos filosóficos de
Marx, de entre los cuales por cierto y lamentablemente para el pensamiento
revolucionario, ni Lenin ni el Che conocieron los Grundrisse, ni Lenin conoció
los Manuscritos económicos y filosóficos de 1844, aunque la idea en cuestión
fue planteada también por Marx en sus Tesis sobre Feuerbach, aplicada sobre
todo en El Capital y desarrollada en la abundante correspondencia entre él y
Engels, y de ambos con terceros, a todo lo cual sí tuvieron acceso Lenin y el
Che.
El planteamiento fundamental de Lenin es pues, que la sustitución del
capitalismo por el socialismo no es espontánea, sino producto de la acción
consciente de los individuos organizados con ese propósito y portadores en sus
ideas, de la necesidad histórica de tal sustitución, objetivamente planteada y
gracias a lo cual esa necesidad está presente en esas ideas, pero resultando imposible
ese cambio revolucionario sin la acción concreta de esos individuos organizados
y puestos al frente de la lucha de la clase trabajadora contra el sistema que
la oprime, lo cual requiere lo que Fidel Castro llama, en su famosa definición
del concepto de revolución, sentido del momento histórico.
Decimos que la línea sucesoria en el desarrollo del marxismo de la cual
es exponente el Che, tiene su punto de partida en Lenin, debido a que por su
parte, aquél señaló la necesidad de que en la construcción del socialismo – ya
considerada por Lenin como un acto consciente, al igual que el derrocamiento
del poder de clase anterior –, la formación de la conciencia social que se
corresponde con el nuevo orden socioeconómico y político definido por aquélla
no es tampoco – como no lo es la sustitución del capitalismo por el socialismo
– un fenómeno espontáneo, de manera pues que aun cuando efectivamente la
conciencia social surge del ser social – tal como plantean Marx y Engels en La
ideología alemana –, esto no es algo que pueda darse sin la acción deliberada y
consciente del sujeto revolucionario, que en el ámbito político reside en el
instrumento organizado para la conducción de la transformación revolucionaria
de la sociedad.
Los estímulos morales y colectivos para el trabajo, determinantes de la
nueva conciencia social.
Resumiendo, si Lenin plantea que la revolución socialista no surge
espontáneamente de la lucha de clases en el capitalismo – aunque ésta
(expresión de la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones
de producción correspondientes) sea indispensable para aquélla –, sino que debe
hacerse surgir de ésta, el Che plantea que la conciencia social propia del
socialismo como transición al comunismo tampoco surge espontáneamente del nuevo
ser social en formación, sino que de igual manera, debe hacerse surgir de éste.
En aras de ello el Che señala la importancia de los estímulos morales
para el trabajo, que generan la motivación espiritual para el mismo, sin la
cual es inconcebible la distribución de las riquezas según las necesidades,
propia del comunismo como lo que podemos considerar un nuevo modo
civilizatorio, y necesariamente precedida por la distribución según el trabajo,
propia del socialismo como modo de producción.
Entre los diversos tipos de estímulo moral para el trabajo podemos
mencionar la acción ideológica del instrumento revolucionario organizado para
la conducción de la transformación revolucionaria de la sociedad, la emulación
económica que conduce al reconocimiento moral individual y colectivo del
esfuerzo creador y productivo, y por qué no, la propiedad social, que
ciertamente es un tipo de estímulo material, sólo que de carácter colectivo y
que por tanto, lleva consigo el factor de la solidaridad y en tal sentido, produce
un efecto similar en la conciencia social, al de los estímulos morales, si bien
esto último el Che solamente lo intuyó, al señalar que:
Para construir el comunismo, simultáneamente con la base material hay
que hacer al hombre nuevo. De allí que sea tan importante elegir correctamente
el instrumento de movilización de las masas. Este instrumento debe ser de
índole moral, fundamentalmente, sin olvidar una correcta utilización del
estímulo material, sobre todo de naturaleza social. [2]
De hecho, un planteamiento fundamental del Che era que, aunque
indispensable para la formación de la nueva conciencia social en el socialismo,
la propiedad social no es suficiente para ello si no se hace acompañar
deliberadamente, de estímulos morales para el trabajo.
Como estímulos concretos podemos señalar, entre otros, el discurso
revolucionario y la ejemplaridad consecuente con el mismo, como expresiones
ambos de la acción ideológica revolucionaria organizada, que es un tipo de
estímulo moral; la ya mencionada emulación que es a la vez, un tipo de estímulo
moral y material colectivo, y un estímulo concreto que es también concreción de
la acción revolucionaria como tipo específico de estímulo moral; así como las
formas concretas de propiedad social, a la cual nos hemos referido también como
tipo específico de estímulo moral y material colectivo.
A nuestro juicio la motivación espiritual para el trabajo, impulsada por
los estímulos morales y factor esencial en la conciencia social que es propia
del socialismo como transición al comunismo, consiste en el bienestar que
produce en el individuo la íntima satisfacción proveniente del sentimiento de
hacer lo que considera como éticamente correcto, cuya definición como tal se da
a través de la acción ideológica correspondiente a una cosmovisión consecuente
con la conciencia social en formación o en un momento dado, predominante o más
aún, generalizada.
El sentimiento de estar haciendo lo correcto se manifiesta como
satisfacción del deber social cumplido mediante el aporte individual y
colectivo a la producción material de cuya necesidad se ha tomado conciencia
gracias a los estímulos materiales colectivos y al sentimiento de solidaridad
también propiciado por ellos y que a su vez es expresión de la motivación
espiritual para el trabajo, que de esta manera es por tanto también propiciada
por ella, pero asumiéndose la conciencia sobre la necesidad del trabajo
productivo no sólo como conocimiento, sino también y sobre todo, como
militancia; mientras por otra parte, la motivación espiritual para el trabajo
hace posible el aprecio de lo propio, sin lo cual la distribución según las
necesidades no brindaría lo que usualmente se toma como satisfacción material,
la cual se asume como consecuencia de dicha distribución, y que consiste realmente
en contar con las condiciones indispensables para la verdadera y única
satisfacción humana, que es espiritual, siendo el aprecio de lo espiritual por
encima de lo material, impulsado – de igual manera que la motivación espiritual
para el trabajo y el aprecio de lo propio que de ella se deriva – por los
estímulos morales, y estando en la capacidad para sentir dicho aprecio, una
fuente más de motivación espiritual para el trabajo; manifestándose por su
parte todo este conjunto de lo que consideramos como contenido de dicha
satisfacción, en el trabajo por placer o el amor al trabajo como tal, motivado
por la satisfacción espiritual que dicha actividad proporciona, convirtiéndose
por consiguiente el trabajo en el comunismo, tal como lo definieron los clásicos
del marxismo, en la primera necesidad vital del individuo, no solamente por su
importancia en la existencia material de éste, sino por lo indispensable que se
hace su presencia para la satisfacción espiritual.
He aquí por tanto, en qué consiste la importancia ideológica de esa
práctica promovida por el Che y que tiene su precedente en lo que Lenin llamó
en los primeros años de la Rusia socialista, una gran iniciativa – término con
el que tituló el artículo en el cual se refería a ella, que no fue idea de la
dirigencia, sino de la militancia de base bolchevique –: el trabajo voluntario,
conocido en la Rusia bolchevique como sábados rojos, y en la Nicaragua
sandinista de los ochenta como trabajo rojinegro; y que constituye una
expresión fundamental de la emulación productiva como estímulo moral y a la
vez, material y colectivo para el trabajo, y que propicia otra expresión de la
motivación espiritual para el trabajo, que es el reconocimiento social a su vez
impulsado por el aprecio de lo espiritual sobre lo material. No en balde, en el
Mausoleo del Che está inscrita una de sus frases menos conocidas, pero de las
más importantes: El trabajo voluntario es una escuela formadora de conciencia.
El reconocimiento social tiene una validez menor como expresión de la
motivación espiritual para el trabajo que la satisfacción de hacer lo correcto,
debido a que conlleva el peligro de incentivar la vanidad, no como legítimo
sentimiento vinculado con la socialidad inherente a la criatura humana, sino
como perversión egocéntrica de la misma, vinculada con el individualismo
excluyente, opuesto al individualismo incluyente que consiste en la intimidad
de la satisfacción consigo mismo por hacer lo correcto al cumplir con el deber
social del trabajo, independientemente del reconocimiento social; pudiéndose
conjurar el peligro señalado impulsando debidamente el sentimiento del deber
cumplido con independencia de la expectativa ante el reconocimiento.
A propósito del tema de la distribución según las necesidades, además de
lo ya comprobadamente necesaria que es para la misma el casi nunca mencionado
aprecio de lo propio, debemos referirnos a que esto nunca puede referirse – por
más riqueza de la cual se disponga – a una infinitud imprecisa de necesidades,
sino al criterio para definir la proporción de lo que cada quien debe recibir
en relación con lo que deben recibir los demás conforme al criterio
correspondiente (en este caso, las necesidades, pero no concretas, sino
genéricas), pues de lo contrario, sería a todas luces un principio
irrealizable.
Es importante señalar que el Che no considera, como puede verse en la
cita anterior, los estímulos morales para el trabajo como los únicos válidos, o
suficientes para impulsar la producción, y ni siquiera como único factor
determinante de la nueva conciencia social en la construcción del socialismo.
Lo que el Che hace ver es lo indispensables que resultan ser tales estímulos en
la formación – y más claramente, en la que él considera como necesaria creación
consciente – de esa nueva conciencia social, que incluye la motivación
espiritual para el trabajo y que por tanto, es a su vez por razones obvias,
indispensable para la distribución de las riquezas según las necesidades,
definida por Marx en su Crítica del Programa de Gotha como lema rector de la
sociedad comunista.
La implementación de los estímulos morales y colectivos con miras a
asegurar su peso creciente en la estructura económica de la sociedad o lo que
es equivalente, en las relaciones de producción predominantes en ella o
destinadas a serlo por el proyecto social en construcción, es en lo cual
consiste pues, según el planteamiento del Che, la creación necesariamente
consciente o intencional de la nueva conciencia social y como parte de ésta, el
peso creciente y posterior predominio de la motivación espiritual para el
trabajo.
Aplicación de las ideas del Che para la construcción del socialismo en
la cuarta revolución industrial.
Todas las formas de propiedad (estatal, autogestionaria, privada) son
estímulos específicos para el trabajo, pertenecientes a tipos específicos de
estímulo que son los tipos de propiedad (social y privada), como lo son la
emulación productiva y la acción ideológica del sujeto político, siendo los
tipos generales de estímulo: los estímulos morales, los estímulos materiales colectivos
y los estímulos materiales individuales.
Por su parte, como resulta obvio en esta clasificación, no todos los
estímulos morales y colectivos son también formas de propiedad; pero en el caso
de los que sí lo son, consideramos que la condición de esos estímulos como de
tipo moral o material colectivo debe ser asegurada por la conducción
revolucionaria ejercida por el instrumento político correspondiente y ya
mencionado antes, bien sea a través de su acción ideológica como sujeto
revolucionario en el seno de los medios de producción correspondientes – que
constituye, como hemos dicho, un tipo específico de estímulo moral en sí mismo
–, o bien mediante el diseño e implementación de una forma de propiedad que de
por sí, se constituya en un estímulo material colectivo, como podría ser a
nuestro juicio, una modalidad de propiedad autogestionaria en la cual los
trabajadores fueran propietarios por derecho propio y de manera colectiva, y
distinta por tanto, en su carácter innato y en su origen mismo, de la propiedad
autogestionaria convencional.
Sin embargo, el Che no era partidario de la autogestión económica
concebida como propiedad ejercida por los trabajadores sobre los medios de
producción en los cuales desarrollan su actividad productiva, pues consideraba
que esto fomenta la competencia entre unidades productivas y por tanto, se
constituye en un estímulo material individual para el trabajo y como tal,
reproduce la conciencia social que es propia del capitalismo, imposibilitándose
así la creación necesariamente intencional de la nueva conciencia social,
propia del modo de producción socialista como transición hacia la sociedad
comunista.
En cambio, él consideraba que todas las empresas estatales debían
funcionar como una única y gran empresa, propiedad de toda la sociedad a su vez
representada por el Estado socialista. De ahí el diseño hecho por él, del
Sistema Presupuestario de Financiamiento, [3] orientado a impedir incluso en el
marco de la propiedad estatal misma, la competencia económica entre empresas,
motivada por el interés material.
Pero esto sólo era la manera en que el Che consideraba pertinente crear,
en las circunstancias concretas de Cuba en una época histórica determinada,
condiciones favorables para la implementación de los estímulos morales en aras
de su peso creciente en la sociedad socialista en construcción, que es la
verdadera esencia de su propuesta
para que el socialismo avance hacia la distribución comunista de la
riqueza.
Las circunstancias de Cuba a las que nos referimos como premisas del
Sistema Presupuestario de Financiamiento propuesto por el Che son, como
acertadamente nos explicara en cierta ocasión el gran teórico guevariano
Orlando Borrego, las de un país pequeño y con medios de transporte y
comunicación avanzados para aquella época, lo cual permitía la implementación
exitosa de altos niveles de centralización económica. Por su parte, la época a
la cual nos referimos era aquella en que la industrialización creciente
constituía la única condición indispensable para el desarrollo económico,
distinta por tanto a la actual, caracterizada por el papel determinante de la
educación y la tecnología cibernética en el desarrollo, y en la que se ha visto
sustancialmente reducida la proporción económica de la fuerza laboral asalariada,
como producto del desarrollo tecnológico conocido como la cuarta revolución
industrial, [4] de manera similar a lo que ocurrió con la primera revolución
industrial entre los siglos XVII y XIX, que sin embargo fue la creadora de esas
relaciones salariales hoy en crisis.
Con la entrada en crisis de las relaciones salariales entra también en
crisis un fenómeno del que dichas relaciones son representativas en el ámbito
económico, que es la intermediación como manera de ejercer el poder, en este
caso llevada a cabo por los propietarios privados o por el Estado, entre los
trabajadores y la propiedad que producto de esa intermediación, éstos no
ejercen directamente sobre los medios de producción, y es en esto que nos
basamos para considerar que si bien en la época del Che los estímulos morales y
colectivos eran imposibilitados podían llegar a ser imposibilitados por la
autogestión económica convencional, en la época actual la autogestión económica
de nuevo tipo que hemos propuesto a grandes rasgos más bien resulta
indispensable para la implementación de los estímulos morales y colectivos como
parte de la creación necesariamente intencional de la conciencia social que
asegure la condición del socialismo como transición al comunismo – pudiendo ser
esa nueva propiedad autogestionaria sólo producto de su implementación por el
sujeto político revolucionario con el propósito deliberado aquí señalado –, y
para lo cual ahora por consiguiente, la propiedad autogestionaria convencional
se convierte en impulsora, siempre y cuando se cuente para ello con la
conducción revolucionaria que lo asegure, ejercida por el instrumento
revolucionario organizado, diseñado a tal efecto y en el cual consiste el
sujeto político correspondiente.
Es por lo antes dicho que consideramos, por ejemplo, la actualización
del modelo económico en Cuba, hoy en curso, como un proceso no sólo compatible
con las concepciones del Che para la construcción del socialismo, sino
necesario para la aplicación de las mismas a la realidad actual, en muchos aspectos
fundamentales distintas a la existente cuando el Che formuló sus
planteamientos, que no por ello dejan de ser actuales y que por el contrario,
resultan indispensables en los nuevos rumbos que necesita el socialismo y que
por ello, requieren del estudio sistemático por parte de las nuevas
generaciones de revolucionarios, de la obra de quien – para citar sólo dos más
de sus frases verdaderas – dijera alguna vez:
…En momentos de peligro extremo es fácil potenciar los estímulos
morales; para mantener su vigencia, es necesario el desarrollo de una
conciencia en la que los valores adquieran categorías nuevas. La sociedad en su
conjunto debe convertirse en una gigantesca escuela. [5]
El socialismo económico sin la moral comunista no me interesa. Luchamos contra
la miseria, pero al mismo tiempo luchamos contra la alienación. Marx se
preocupaba tanto de los hechos económicos como de su traducción en la mente. El
llamaba a eso un “hecho de conciencia”. [6]
Sobre el carácter de la actualización del modelo económico cubano como
creadora de condiciones adecuadas y más aún, necesarias para la aplicación de
las ideas del Che acerca de la construcción del socialismo en la época actual,
es importante aclarar que en nuestra opinión, el aprovechamiento de tales condiciones
sólo sería posible con la comprensión de que a pesar del peligro que conlleva
la autogestión económica convencional como estímulo material individual para el
trabajo, esta forma de propiedad tiene la potencialidad de convertirse,
debidamente orientada hacia ello, en propiedad autogestionaria de nuevo tipo o
lo que es igual, en los términos en que la hemos propuesto aquí y por tanto, en
estímulo material colectivo, lo cual implica la necesidad de crear
deliberadamente con tal propósito, empresas bajo el régimen de propiedad social
autogestionaria que proponemos, y transformar las empresas estatales de forma
gradual, en empresas bajo dicho régimen de propiedad.
El pronóstico del Che sobre el derrumbe de la Unión Soviética.
Algo que no conviene olvidar acerca del Che es que aplicando sus ideas a
la realidad de la construcción del socialismo en la década de los sesenta,
predijo el derrumbe del socialismo soviético un cuarto de siglo antes de que el
mismo ocurriera, precisamente en el mejor momento de aquel modelo, cuando la
Unión Soviética se convertía en la segunda potencia industrial del mundo, a la
vanguardia de la carrera espacial y en paridad con Estados Unidos en tecnología
nuclear, alcanzando económicamente en apenas cuatro décadas y con dos guerras
mundiales en su territorio, el nivel de desarrollo que los países capitalistas
industrializados habían tardado tres y cuatro siglos en alcanzar, razón por la
que en ese entonces se imponía un optimismo casi ciego en las filas revolucionarias
con respecto al modelo soviético, y el triunfo mundial del socialismo parecía
estar a la vuelta de la esquina. Sólo una mente como la del Che podía decir en
aquellas circunstancias:
Se sabe desde viejo que es el ser social el que determina la conciencia
y se conoce el papel de la superestructura; ahora asistimos a un fenómeno
interesante, que no pretendemos haber descubierto pero sobre cuya importancia
tratamos de profundizar: la interrelación de la estructura y de la
superestructura. Nuestra tesis es que los cambios producidos a raíz de la Nueva
Política Económica (NEP) han calado tan hondo en la vida de la URSS que han
marcado con su signo toda esta etapa. Y sus resultados son desalentadores: la
superestructura capitalista fue influenciando cada vez en forma más marcada las
relaciones de producción y los conflictos provocados por la hibridación que
significó la NEP se están resolviendo hoy a favor de la superestructura: se
está regresando al capitalismo.
Pero no queremos anticipar en estas notas prologales sino la medida de
nuestra herejía… [7]
Este autoproclamado hereje se refiere aquí a los alcances de la Nueva
Política Económica (conocida como NEP) [8] promovida por Lenin en un momento
muy específico de la construcción del socialismo en la entonces joven Unión
Soviética para enfrentar la crisis económica causada por la guerra civil y el
atraso de Rusia al momento de triunfar en dicho país la primera revolución
socialista de la historia. Dicha política tenía el inconveniente de traer consigo
elementos que según reconocía incluso el propio Lenin, sin ser adecuadamente
manejados podían convertirse en una especie de caballo de Troya con capacidad
de reintroducir en las relaciones de producción socialistas, el predominio de
la explotación capitalista, lo que según las tesis del Che sobre la
construcción socialista, impediría la formación de la nueva conciencia social,
tal como a criterio de él terminaría ocurriendo debido en gran parte a la
insuficiente comprensión del fenómeno por la conducción soviética posterior al
prematuro fallecimiento de Lenin. Tal cual efectivamente sucedió.
Finalmente, consideramos oportuno señalar que si bien el comunismo es
una condición civilizatoria que está muy lejos en el futuro, precisamente por
eso la salvación del presente para asegurar ese futuro depende de que desde
ahora se defina correctamente el nuevo rumbo socialista hacia esa sociedad en
la que no sólo desaparecerán la explotación y la opresión, sino también el
poder como modo de dominación de una parte de la sociedad por otra; esa
sociedad en la que los individuos trabajarán por el placer de hacerlo y harán
siempre el bien por ese mismo motivo; que no será una sociedad perfecta y sin
problemas – nunca la habrá –, sino una sociedad en la que las imperfecciones y
problemas actuales habrán sido superados en su totalidad y en la que en
correspondencia con ello, existirá un ser humano antropológicamente tan
distinto del actual como lo es biológicamente el actual en relación con las
especies de las cuales evolutivamente desciende.
Pero ese futuro no sólo será lejano, sino imposible, de no enrumbarse
hacia él los pasos de la sociedad a ser construida en el presente como
alternativa a esta en que vivimos, incompatible no sólo con nuestra condición
antropológica humana, sino con nuestra propia existencia biológica como
especie; en el primer caso por la irracionalidad del orden social actual y la
insensibilidad espiritual que el mismo propicia, y en el segundo caso por la
imposibilidad de sobrevivencia física de nuestra especie si no se supera la
crisis ecológica propiciada por el capitalismo e imposible de superar sin la
sustitución de éste por el socialismo.
Ese futuro será pues, imposible si los revolucionarios continuamos
ignorando que el camino hacia la transformación revolucionaria de la sociedad
tiene su nuevo punto de partida en el pensamiento de ese desconocido genio de
la teoría revolucionaria que fue a la vez ese famoso guerrillero y arquetipo
humano conocido mundialmente como el Che.
Notas
[1] Lenin, Vladimir I., La bancarrota de la II Internacional, Editorial
Progreso, Moscú, sf, p. 13.
[2] Guevara, Ernesto, El socialismo y el hombre en Cuba (tomado de Tres
textos clásicos para cambiar el mundo, Ocean Sur, Bogotá, 2007, p. 171).
[3] El Sistema Presupuestario de Financiamiento, diseñado por el Che
para el sector industrial de la economía cubana en los años sesenta, suprimía
todas las categorías económicas mercantiles que fuera posible, de modo que en
vez de crédito, las empresas recibían asignaciones de un fondo estatal común,
cuya distribución no dependía de criterios tales como la rentabilidad, sino de
la necesidad productiva de cada empresa. Nunca abarcó la totalidad de la
economía cubana, y fue suprimido en los años setenta, cuando Cuba optó por aplicar
los métodos de dirección económica soviéticos, que fueron luego sometidos a
revisión crítica en la segunda mitad de los años ochenta, en lo que se conoció
como el proceso de rectificación de errores y tendencias negativas impulsado
por Fidel Castro, que sin retomar el Sistema Presupuestario de Financiamiento,
se regía por políticas cuya esencia era retomar las ideas del Che sobre la
construcción del socialismo.
[4] Se considera como primera revolución industrial el surgimiento de la
máquina activada por energía física no humana (siglos XVII a inicios del XIX);
segunda revolución industrial, la aplicación de la electricidad a los procesos
productivos y a fines domésticos (fines del siglo XIX e inicios del XX);
tercera revolución industrial, el paso de la mecanización a la automatización
(siglo XX); y la cuarta revolución industrial, el actual salto tecnológico
hacia la digitalización y cibernetización del procesamiento de la información,
la comunicación y la producción misma (finales del siglo XX, inicios del siglo
XXI).
[5] Guevara, Ernesto, Ob. Cit., p. 171.
[6] Entrevista concedida al periodista francés Jean Daniel, en Argelia
(traducción de L'Express, París, 25 de julio de 1963); citado por Carlos
Tablada Pérez en su artículo El marxismo del Che (http://www.rebelion.org/docs/14104.pdf).
[7] Guevara, Ernesto, Apuntes críticos a la economía política, Ocean
Sur, 2006, p. 31.
[8] La NEP, aprobada por el X Congreso del Partido Comunista de la Unión
Soviética, consistió en reintroducir en la economía rusa, después del triunfo
de la revolución socialista y en las postrimerías de la guera civil que le
siguió, algunos elementos propios del capitalismo, como la propiedad privada a
mediana escala y el intercambio mercantil, conservando el Estado la gran
propiedad industrial, el comercio exterior y la banca. Formalmente fue
sustituida en 1928 por el Primer Plan Quinquenal, pero algunos de sus
principios rectores se prolongaron indefinidamente en el tiempo, con el nombre
de cálculo económico, método de dirección de la economía criticado por el Che y
basado en la aplicación en el socialismo, de las categorías económicas del
capitalismo.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante
una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en
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