Massimo Modonesi
Desinformemonos
El
pesimismo es un reflejo de los tiempos sombríos que vivimos. Walter Benjamin
sostenía que había que organizarlo, lo cual equivale a decir que hay que
politizarlo, darle sentido y proyección para que genere conciencia y
movilización.
El
pesimismo organizado y politizado puede ser un eficaz antídoto a la tentación
populista la cual, más allá del debate sobre su contenido, se presenta como una
forma de generar esperanzas e ilusiones, crear y tomar atajos para conquistar
al poder político. Una forma no populista de hacer política desde la izquierda
anticapitalista, sin caer en actitudes sectarias y jugar un papel simplemente
testimonial, requiere pensar de forma antitética las formas, los territorios y
los ritmos de la lucha.
En
correspondencia con el dispositivo laclausiano, el populismo y la versión
populista de revolución pasiva promueven una precaria y en buena medida
imaginaria construcción del sujeto pueblo para habilitar una rápida -porque
artificial- agregación electoral, es decir coyuntural e institucional, una
modificación de la correlación de fuerzas en el plano más superficial y efímero
-que puede expresar la crisis de la gobernabilidad neoliberal pero no la crisis
profunda de su penetración cultural, el subsuelo hegemónico que la sigue
sosteniendo. En esta acrobacia se menosprecia, sacrifica o deliberadamente
manipula el potencial antagonista y autónomo de las clases subalternas, recurso
indispensable de un cambio de correlación de fuerzas profundo y duradero sobre
el cual se pueda edificar un proceso emancipatorio. Esta constatación es una
advertencia respecto de las ilusiones coyunturales, de repentinos desbordes de
movilización o inesperados vuelcos electorales, del culto del acontecimiento
que implica el menosprecio de los procesos político-culturales a los cuales
Gramsci atribuía tanta importancia. Acontecimiento cuyo alcance y productividad
política no podemos negar, pero cuidándonos de no sobrestimar y
sobredimensionar lo emergente, como deberíamos haber aprendido de las
reiteradas lecciones de las múltiples situaciones pre-revolucionarias que hemos
vivido o simplemente imaginado.
Aparece
aquí la cuestión de los ritmos de la lucha política, en donde la tiranía de la
eficacia del corto plazo nos impide situarnos plenamente en la derrota
histórica desde la cual podemos y debemos pensar el qué hacer político
anticapitalista y socialista revolucionario. Asumir de forma integral a la
derrota, no solo en términos tácticos en relación a un momento determinado de
la historia, sino como horizonte estratégico, implica revisitar críticamente
todos los triunfalismos progresistas de una época que están anocheciendo, los
socialdemocrátas y populistas, pero también los marxistas. Sin embargo, entre
los marxismos críticos encontramos, por debajo de las incrustaciones de la
retórica del sol del porvenir y del advenimiento del socialismo y del
comunismo, valiosas pistas teóricas en el pensamiento de Gramsci, de Rosa
Luxemburgo y en una línea que Enzo Traverso -en un sugestivo libro publicado en
francés el año pasado- llama melancolía de izquierda, desarrollando una senda
ya explorada anteriormente por D. Bensaid y M. Löwy y que tiene a W. Benjamin
como principal referente filosófico. Una perspectiva fincada, según Traverso,
en la experiencia y la memoria del sufrimiento de los vencidos, un “metabolismo
de la derrota” que no lleva a la resignación, sino que se renueva como lucha y
como proyección de utopía y pertenece a la “estructura de sentimientos de la
izquierda”.
Por
su parte, en sus Cuadernos desde la derrota, Gramsci colocaba como punto de
partida la condición subalterna de las clases explotadas y vislumbraba su
subjetivación autónoma como contrapoder en una prolongada guerra de posiciones,
como principio y fin de todo proyecto emancipatorio, colocando otra
temporalidad y otra tesitura de la política, a contrapelo del inmediatismo de
la que llamaba pequeña política.
A
partir de estas intuiciones, la izquierda anticapitalista tiene ante sí el
desafío de organizar y politizar el pesimismo, repensando la estrategia, sus
tiempos y sus espacios, desde abajo, porque abajo están las clases subalternas
y porque no encontramos otra vez muy abajo, reiniciando una escalada al cielo,
habiendo fracasado en el asalto que lanzamos en el siglo XX. Tiempos y espacios
que son necesariamente otros, porque surgen de la lógica de la derrota e
implican tiempos largos, ritmos lentos, caminos tortuosos y empinados pero
ineludibles. Sugieren combinar una estratégica guerra cotidiana de posiciones y
un permanente recurso táctico al movimiento, a la politización de la lucha de
clases. Salvo sobresaltos de la historia que no solo serán bienvenidos, sino
que habrá que propiciar y que nos encontrarán más preparados en la medida en
que haya florecido la subjetivación subalterna, es decir, se haya colorado de
autonomía.
Algo
diametralmente opuesto a los atajos y las compulsiones de la tentación
populista.
El
autor es Historiador y sociólogo; Profesor de la Facultad de Ciencias Políticas
y Sociales de la UNAM (México).
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