viernes, 1 de febrero de 2019

Ideología y Revolución: a 60 años de la partida (I parte)

La imagen de una isla convertida en barco que navega por mares procelosos en busca de una isla, me hacía pensar en Cuba. Una isla buscada y otra que buscaba, que eran de repente una sola: el ideal, la utopía, que se hallaba y se construía a sí misma
Obra de Rogelio Fundora, El Guajiro que Pinta, dedicada a Fidel. Foto: Internet
Hace 20 años nos reunimos en Casa de las Américas algunos intelectuales latinoamericanos, para conmemorar y homenajear las cuatro décadas del triunfo de la Revolución Cubana. Yo acababa de leer El cuento de la isla desconocida, de José Saramago, en una edición especial de Alfaguara cuya recaudación estaría destinada a los damnificados por el huracán Mitch en Centroamérica –a donde también irían las brigadas médicas cubanas, para revitalizar el internacionalismo que el derrumbe del llamado socialismo en Europa del Este había descartado– y escribí una parábola del cuento.

La imagen de una isla convertida en barco que navega por mares procelosos en busca de una isla, me hacía pensar en Cuba. Una isla buscada y otra que buscaba, que eran de repente una sola: el ideal, la utopía, que se hallaba y se construía a sí misma. El cuento ofrecía todas las metáforas necesarias para la recreación: el destino buscado, el movimiento perenne, la vida a bordo siempre azarosa, con espléndidos amaneceres y días de tormenta, con escasas provisiones y la vista puesta en el horizonte. Tuve el privilegio de leer mis palabras ante Fidel y ante el propio Saramago.
Veinte años después de aquel encuentro, todavía a bordo, volvemos a festejar, en ocasión de su aniversario 60; esta vez sin la presencia física de su líder histórico, pero con similar ímpetu navegador. Basta con decir que tengo la edad de la Revolución, a la que solo me adelanto cuatro meses, que mi vida, la de la mayor parte del pueblo cubano, ha transcurrido a bordo de esta nave de esperanza, de fe, de constancia, y también de hallazgos y realizaciones.
Para impedir que la Isla siga buscando nuevas islas, algunos han intentado retirar del puente de mando los mapas y las fotos que nos orientan. Mapas y fotos de expediciones previas, y de corrientes de pensamiento que trazan la línea imaginaria de las constelaciones que nos guían, un entramado que conforma la ideología de la Revolución.
Me referiré, pues, al contenido de esa palabra que nos ha acompañado por décadas, y que constituye la brújula del barco. Palabra estigmatizada en el discurso restaurador de la inmovilidad, aquel que nos vende el regreso a la  «tranquilidad» del puerto, a «la normalidad» sibilina y glamorosa de las injusticas. Lo ideológico (de izquierda, naturalmente) es presentado hoy como la rémora, el dogma, el obstáculo que impide el regreso a tierra, la convivencia pacífica y «alegre» de explotados y explotadores. Pero lo ideológico jamás desaparece, es sustituido, no admite vacío alguno. «Hay ideología allí donde se ponen en juego los ideales sociales, donde se producen, circulan y se consumen ideales sociales». El grito de guerra de Jair Bolsonaro en Brasil, por ejemplo, es la desideologización de la política, su tecnificación –la peor versión de la burocracia es la tecnocracia, la que no percibe que su relación es con seres humanos, no con números–, pero ello en realidad significa su reideologización vergonzante, su puesta al servicio del Capital.
Hagamos un poco de historia. No hubo un solo camino de llegada a la Revolución, cada uno representaba una tradición diferente, potencialmente revolucionaria (martiana, marxista, nacionalista, cristiana, para solo citar las más visibles, aunque pudiera igualmente aludirse a la ética de las religiones afrocubanas), pero un único y fuerte hilo las enhebraba: la indignación ante la injerencia del imperialismo, es decir, ante la no consumación de la independencia nacional y ante la injusticia social, que se asociaba a la corrupción, aunque estas compartían las mismas raíces. Fue precisamente Fulgencio Batista quien cerró toda posibilidad de lucha electoral en 1952, con su golpe de Estado. Los «indignados» de entonces acudieron a las armas.
Pero la nuestra no fue una explosión anárquica, sin liderazgo ni objetivos. El discurso de autodefensa de Fidel Castro en el juicio del Moncada sirvió de documento programático para una Generación que se proponía rescatar a José Martí, uno de los más profundos y radicales pensadores anticolonialistas de Nuestra América, en el centenario de su natalicio. El vínculo histórico era (es) de tal magnitud, que al triunfar la Revolución un gran poeta resumió en una frase el sentir popular: «Te lo prometió Martí, y Fidel te lo cumplió».
Cabe, sin embargo, insistir en una obviedad: la unidad primaria de una Revolución (de cualquier movimiento revolucionario) no es política, sino ética. La moral, por cierto, también porta una orientación ideológica. El primer impulso que mueve a un revolucionario no proviene de sus lecturas, sino de sus vivencias, de su vocación de justicia. El pedagogo y filósofo cubano José de la Luz y Caballero (1800-1862), lo sentenció así: «el sentimiento de justicia» [es el] «sol del mundo moral». Ernesto Che Guevara insistiría en aclarar este proceso:
«En toda revolución se incorporan siempre elementos de muy distintas tendencias que, no obstante, coinciden en la acción y en los objetivos más inmediatos de esta (…) /pero/ los hombres que llegan a La Habana después de dos años de ardorosa lucha en las sierras y los llanos de Oriente, en los llanos de Camagüey y en las montañas, los llanos y ciudades de Las Villas, no son, ideológicamente, los mismos que llegaron a las playas de Las Coloradas, o que se incorporaron en el primer momento de la lucha».
El cumplimiento de aquellos objetivos desató la ira imperialista, y propició el rápido aprendizaje ideológico de los revolucionarios cubanos. No hubiese sido posible enfrentar la escalada agresiva del imperialismo si el pueblo no hubiese estado dispuesto a avanzar hasta el final y asumir la consigna de Patria o Muerte. El 16 de abril de 1961, en el entierro de las víctimas del ataque aéreo al aeropuerto de San Antonio de los Baños y a pocas horas de la invasión mercenaria por Playa Girón, Fidel declaraba el carácter socialista de la Revolución. «La Revolución no se hizo socialista ese día (…) –diría unos meses después–.
El germen socialista de la Revolución se encontraba ya en el Movimiento del Moncada, cuyos propósitos, claramente expresados, inspiraron todas las primeras leyes de la Revolución (…)». Y añadía: «Dentro de un régimen social semicolonial y capitalista como aquel, no podía haber otro cambio revolucionario que el socialismo, una vez que se cumpliera la etapa de liberación nacional». La conexión que une a Martí con Marx habrá que buscarla en la historia: si se atenta contra el colonialismo y el neocolonialismo, se atenta contra el orden internacional capitalista e imperialista. Julio Antonio Mella, el fundador en 1925 del primer partido comunista cubano, sería también el primero en reclamar el estudio del llamado Apóstol de nuestra independencia.
El proceso de consolidación de la unidad ideológica revolucionaria abarcaría un periodo relativamente prolongado: de 1959 a 1965. En esos años, los miembros del Directorio Revolucionario, del Partido Socialista Popular (Comunista) y del Movimiento 26 de Julio, las tres fuerzas principales que habían contribuido a la Revolución, se unificarían en una organización política, cuyo nombre definitivo fue (es) Partido Comunista de Cuba.

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