viernes, 17 de mayo de 2019

Sobre el Intelectual y el Obrero de Manuel González Prada

 El Intelectual y el Obrero - Manuel González Prada
El Primero de Mayo de 1905 se celebró en Lima y el Callao la llamada Pascua Roja, día de redención social del obrero, del proletario y del trabajador en general. Ese día, muy temprano, los obreros de Lima encabezados por el Sindicato de Panaderos, cuyos líderes eran Manuel Caracciolo Lévano y Delfín Lévano (padre e hijo, respectivamente), no entraron a sus centros de labores y enrumbaron al puerto del Callao, donde rindieron un justo y merecido homenaje al trabajador Florencio Aliaga, asesinado un año antes, durante las protestas por la Jornada Laboral de Ocho Horas Diarias. La romería se realizó en el Cementerio Baquíjano, en aquel entonces, ubicado a las afueras del puerto.

En la noche, los obreros de Lima y el Callao se concentraron otra vez en el local de la Confederación de Artesanos Unión Universal, para realizar el acto literario musical en conmemoración del Día Internacional de la Clase Trabajadora. Las notas periodísticas resaltan la asistencia de más de mil personas, el local totalmente adornado y con luces, así como banderas y estandartes de los gremios y sindicatos asistentes al acto.
Muchos gremios contaban con banderas rojas y estrellas anarcosindicalistas. Una orquesta conformada por los propios obreros amenizó el ingreso de las delegaciones, tocando canciones e himnos del momento. La Marsellesa Anarquista fue entonada en varias ocasiones. Los asistentes coreaban canciones proletarias. Era costumbre en aquellos años que los músicos obreros cambiaran las letras de la canciones más populares, creando así verdaderos himnos proletarios.
El acto central se inició a las 9 de la noche. El doctor Santiago Giraldo tomó la palabra y felicitó a los organizadores por la romería a Florencio Aliaga, nombrándolo el Primer Mártir de la Clase Obrera Peruana. Siguió el dirigente panadero Manuel Caracciolo Lévano, quien leyó su discurso ¿Qué son los Gremios Obreros y lo que deben ser?”.
Manuel González Prada
Finalmente, fue leído el discurso El Intelectual y el Obrero, del pensador anarquista Manuel González Prada. La expectativa era general ya que, desde diferentes medios y, principalmente desde el periódico Los Parias, fundado por él, González Prada difundió su pensamiento anarquista, así como la necesidad de la organización de los trabajadores para luchar por sus derechos.
El discurso es iniciado con los versos de un hermoso poema, pero rápidamente pasa a explicar el porqué de este modo de empezar su disertación. González Prada señaló que “Esta poesía nos enseña que se hace tanto bien al sembrar trigo en los campos como al derramar ideas en los cerebros, que no hay diferencia de jerarquía entre el pensador que labora con la inteligencia y el obrero que trabaja con las manos, que el hombre de bufete y el hombre de taller, en vez de marchar separados y considerarse enemigos, deben caminar inseparablemente unidos”.
Lo que hace González Prada es identificar al interior de una sola clase social a los integrantes de los sectores que trabajan utilizando su intelecto y a los sectores que trabajan utilizando su fuerza física. Estos dos sectores conforman la clase proletaria, porque a pesar de sus formas de laborar tan distintas y, muchas veces, distantes, en realidad los dos crean, producen, hacen posible la transformación de la naturaleza en un bien de consumo. Y, en la mayoría de los casos, estos dos sectores marchan por separado, permitiendo y facilitando el control que ejerce sobre ellos la clase dominante.
Por ello, González Prada añade que “Pero ¿existe acaso una labor puramente cerebral y un trabajo exclusivamente manual? Piensan y cavilan: el herrero al forjar una cerradura; el albañil al nivelar una pared; el tipógrafo al hacer una compuesta; el carpintero al ajustar un ensamblaje; el barretero al golpear en una veta; hasta el amasador de barro piensa y cavila. Solo hay un trabajo ciego y material: el de la máquina; donde funciona el brazo de un hombre, ahí se deja sentir el cerebro. Lo contrario sucede en las faenas llamadas intelectuales: a la fatiga nerviosa del cerebro que imagina o piensa, viene a juntarse el cansancio muscular del organismo que ejecuta. Cansan y agobian: al pintor los pinceles; al escultor el cincel; al música el instrumento; al escritor la pluma; hasta al orador le cansa y le agobia el uso de la palabra. ¿Qué menos material que la oración y el éxtasis? Pues bien: el místico cede al esfuerzo de hincar las rodillas y poner los brazos en cruz… Las obras humanas viven por lo que nos roban de fuerza muscular y de energía nerviosa”.
González Prada rechazó en forma tajante la falsa división entre un trabajador manual y otro trabajador netamente intelectual. El trabajo es la conjunción de la acción del pensar y la acción muscular, por lo tanto, quien trabaja realiza ambas acciones a la vez. Rompe con quienes sostienen una visión biologista de la sociedad, la cual sostiene que existen hombres que han nacido para pensar –y por lo tanto dirigir- y, otro grupos de hombres que han nacido para realizar el esfuerzo físico de producir –la gran mayoría que debe obedecer. Los primeros, son los intelectuales, inteligentes, muy capaces y su acción intelectual les garantiza un estatus privilegiado en la sociedad; mientras que los segundos son los obreros, las grandes mayorías, que deben obedecer y jamás desear cambiar el orden de las cosas.
El anarquismo y el comunismo, internacionalmente, siempre han negado esta supuesta división de manuales e intelectuales; por el contrario, han buscado una sociedad diametralmente distinta, donde todos tengan capacidad de discernir sobre su propio destino político. Han sido las organizaciones fascistas del siglo XX las que han defendido y divulgado la supuesta división de trabajadores manuales e intelectuales, buscando de esa forma encaramar en el poder a quienes siempre más han tenido y, dejando fuera de todo tipo de poder, a quienes menos han tenido.
Luego, González Prada anotó que “Cierto, el diario contiene la enciclopedia de las muchedumbres, el saber propinado en dosis homeopáticas, la ciencia con el sencillo ropaje de la vulgaridad, el libro de los que no tienen bibliotecas, la lectura de los que apenas saben o quieren leer”. Es por ello que, bajo esta idea, Manuel González Prada inició la titánica labor de escribir para todos los periódicos de ideas anarquistas y anarcosindicalistas. Animó a los sindicatos a que publicasen sus propios medios escritos. Logró que muchos obreros escriban ensayos, artículos de actualidad mundial y nacional, crónicas de las luchas obreras, denuncias, narraciones, cuentos, poesía, letras de canciones, etc. Sabía muy bien que los medios de comunicación escritos de bajo costo, son los preferidos de las clases trabajadoras, ya sea por su precio insignificante o por la facilidad de leer su contenido, muy limitado en calidad literaria y lleno de argot.
Para enfrentar esa fuerte alienación que producen estos medios escritos particulares era necesaria una alternativa, surgiendo luego las hojas de erogación voluntaria. Estas hojas eran de dos páginas, con información sobre la vida sindical del Perú y el mundo, en un lenguaje sencillo pero depurado y, sobre todo, el costo era la voluntad del trabajador. Se repartían en las puertas de las fábricas. Sirvieron mucho para difundir las ideas anarquistas y anarcosindicalistas. Al principio, cuentan sus editores, eran entregadas como simples volantes, luego los mismos trabajadores las exigían cada semana e incluso, realizaban colectas para que la publicación se mantenga. Fueron medios de comunicación alternativos a los que manejan los grupos de poder.
Luego, anotó que “Cuando preconizamos la unión o alianza de la inteligencia con el trabajo no pretendemos que a título de una jerarquía ilusoria, el intelectual se erija en tutor o lazarillo del obrero. A la idea de que el cerebro ejerce función más noble que el músculo, debemos el régimen de las castas: desde los grandes imperios de Oriente, figuran hombres que se arrogan el derecho de pensar, reservando para las muchedumbres la obligación de creer y trabajar… Los intelectuales sirven de luz; pero no deben hacer de lazarillos, sobre todo en las tremendas crisis sociales donde el brazo ejecuta lo pensado por la cabeza”. Con estas afirmaciones, una vez más, González Prada niega la existencia de una supuesta división entre un supuesto manual y un seudointelectual. Además, rechaza que quienes se autoproclaman trabajadores intelectuales tengan la potestad de dirigir, condenando a quienes denominan trabajadores manuales a seguirles. Es por ello que Manuel González Prada estaría en total desacuerdo -además que reprobaría cualquier intento de vincularlo- con aquellas organizaciones políticas que proclaman a los cuatro vientos la existencia de trabajadores manuales e intelectuales. Esta división en la realidad concreta y objetiva no existe, solo es parte de un discurso muy ideologizado de quienes buscan siempre usufructuar el poder político en beneficio particular.

AUGUSTO LOSTAUNAU MOSCOL

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