Por Bertha Mojena
Sus pasos ya no son tan rápidos, pero sí siguen siendo certeros, como sus principios. Ya no tiene 19 años, el tiempo ha pasado y como es natural, ha sido implacable, aunque energías le sobran y sentimientos también.
Ramón Pez Ferro es uno de esos hombres sencillos que se convierten en grandes, en imprescindibles, en ejemplo, sin tener que ser famoso, popular, sin ostentar nada a cambio de su sacrificio y su grandeza, más que la satisfacción por haber cumplido con un deber, el de su tiempo, su país y su pueblo.
Su juventud renace y sus ojos brillan cuando cuenta aquellos hechos. “El sobreviviente“, así lo nombran algunos y así quiso CubaHoy titular el audiovisual que sin tapujos ni miramientos permitió hacer a mis colegas Daylén Vega y Yosbel Bullaín, para que contara cómo llegó a ser parte de aquellos locos por Amor que un día 26 de julio de 1953 asaltaron el cielo y dignificaron la Patria, esa que soñaban y querían construir para el hoy, para siempre.
No habla mucho de él mismo, no le preocupa ni le interesa ser el centro de atención. Los hechos que vivió son su gran tesoro y aunque sufre la pérdida de tantos amigos, vecinos de la infancia, compañeros queridos de la lucha, siente orgullo al saber que sus muertes no fueron en vano.
Siente suya cada causa justa y humana, venera a Fidel Castro, lo admira, lo siente como un padre, un amigo, un guía. Tuvo la dicha de estar muy cerca de hombres como Abel Santamaría, de estar entre los más jóvenes que junto a él asaltaron el Hospital Saturnino Lora aquella mañana de la Santa Ana. Y sobrevivió. Sobrevivió a la masacre contra sus hermanos, a los desmanes del destino y la falla del factor sorpresa, a la furia de la tiranía, al manto negro de la muerte.
Pez Ferro hoy nos cuenta cómo, en un rejuego de peripecias, quizás suerte y un poco de sentido común, valentía y siempre teniendo una mano buena, alentadora y digna que lo acogiera, escapó de aquel día para seguir después una lucha por la vida y la virtud.
Personalmente lo conocí primero por las imágenes captadas por mis colegas, después lo vi llorar tímidamente presenciando el audiovisual concluido y levantar nuevamente su cabeza para decir que sí, que había logrado arriesgarlo todo y estar aún aquí. Pero sobre todo, contar estos hechos por aquellos que ya no están y que pudieron haber estado en su piel.
Después tomó la mano de su compañera – su esposa-, la apretó, agradeció, pensó en Fidel, en sus hijos, en la Cuba de hoy, en los niños que reflejan el mañana y volvió a decirnos que efectivamente, lo hubiera hecho una y mil veces.
Por eso también, le regalamos esa frase de Silvio con la que comienza “El sobreviviente“, porque sin dudas, Ramón Pez Ferro ha sido de esos que no tienen nada que perder, ni siquiera la historia, porque no dejan de buscarse así ni siquiera en la muerte.
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