Compañeros vicepresidentes del gobierno,
Héroes de la República de Cuba,
Compañeros altos dignatarios, civiles y militares,
Compañeros de la Asociación de Combatientes de la Revolución cubana,
Secretario del Consejo de Estado,
Descendientes del Padre de la Patria y libertadores, ministros, queridos compañeros de la Academia de la Historia, de la escuela,
Queridos todos.
Sin que deje de ser emocionante para nosotros este día ni por un instante, nos reunimos ante el monumento erigido a Carlos Manuel de Céspedes, Padre de la Patria y Primer Presidente de la República de Cuba en armas, conforme a la elección recaída en él, en la solemne reunión celebrada en Guáimaro en abril de 1869. El líder del movimiento revolucionario asumía además la Presidencia de la República en armas y se disponía a librar con sus compañeros épica y larga batalla.
Venir ante su monumento es deber de devoción y lealtad, acudir ante él, no es solamente darle vida a la escultura del hombre cuya vida se extinguió hace ya tantos años, aquel 27 de febrero de 1874, en un punto de la Sierra Maestra llamado San Lorenzo. Venir ante él, devolver sangre, carne e ideas a su monumento es cumplir el más alto designio de la República de la nación cubana hoy; hacerlo en los instantes en que el país dando cumplimiento a los acuerdos del Congreso del Partido y sus lineamientos, sale hacia delante contra viento y marea -lo hace y lo hará por el bien de los cubanos de todas las generaciones futuras- tal es nuestra responsabilidad. Pero el día es de él, y le pertenece a los que tuvieron el valor el 10 de octubre, un día como mañana de reunirse cerca de Manzanillo en el ingenio La Demajagua, y llamar a la independencia de Cuba leyendo un trascendental documento en que se proclamaba la igualdad de todos los hombres, la voluntad de luchar, la solemne apelación a la lucha y algo más importante: el deseo de Cuba una vez alcanzado sus altos propósitos, extender una mano generosa a todos los pueblos del mundo.
La cuestión social, que no solamente afectaba a inmensas masas de esclavos africanos arrancados a su tierra o nacidos ya en el seno del criollato, se unía a una demanda de libertad intelectual, política, física por parte de los sectores más radicalizados del pensamiento cubano, esto no fue un hecho espontáneo, ni siquiera por su naturaleza una explosión volcánica, desde hacía tiempo, como los hechos de esta naturaleza, se venía forjando en el interior del país en forma de ideas, esporádicas rebeldías, designios y sacrificios. No olvidemos nunca a los precursores, a los que no alcanzaron la gloria del reconocimiento, aquellos cuyos nombres aparecen todavía hoy nombrando calles, ciudades, plazas, aún en la capital, y cuya historia ya no se conoce, de ellos poco se sabe. Tanto tiene que hacer entonces en este sentido la Academia de la Historia, tanto tiene que hacer la Unión de Historiadores como federación gremial de todos los que ejercen la profesión, tanto tienen que hacer aquellos testigos y depositarios de la verdad para trasmitirla, si no lo hacemos, pobres de nosotros, pobres de los pueblos que han perdido su memoria, han desaparecido, los pueblos que no honran a sus padres y antepasados han perecido, la familia donde una enfermedad te opaca el recuerdo de los ancianos sin haber dejado a los suyos el testimonio de lo que fue su vida y sacrificio es terrible. Es por eso que en este día en que cedemos por hora, el espacio que le corresponde a Bayamo, la ciudad que fue la cuna de Céspedes y de tantas rebeldías, ciudad en que se pueden enumerar valores y méritos suficientes para que la consideremos toda la eternidad Ciudad Cuna de Héroes, ciudad de glorioso destino, aquella que ya es la aurora de los tiempos, vio surgir el movimiento que, armado por el pueblo, salvó del cautiverio a un prelado en una finca del territorio de la actual provincia de Granma y dio origen a la primera obra literaria de Cuba. El lugar donde según la tradición en días graves y angustiosos, una llama recuerda todavía el sacrificio de Hatuey en Yara, oriente cubano, en una tierra en la que se alcanzó la victoria para la primera capital de la Revolución, una ciudad que colocó en la plaza de armas el cartel que así lo indicaba, Plaza de la Revolución, una ciudad defendida y rendida personalmente por el Capitán General del Ejército Libertador de Cuba – tal fue el título que asumió provisoriamente Carlos Manuel de Céspedes- y posteriormente primer ayuntamiento donde se reunieron criollos, españoles, negros, cubanos todos, por vez primera en una institución civil de gobierno local, por determinación de la revolución triunfante.
Es esa la ciudad que vio surgir el Himno Nacional, que sintió al pie de una ventana uno de los poemas románticos cantados por el Padre de la Patria, inmortalizado luego por otra bayamesa, la de Sindo Garay; un Himno Nacional cuya letra fue escrita sobre la montura del caballo, según la tradición, del mayor general Pedro Figueredo cuando su hija Candelaria, llevando los atributos republicanos, el rojo, el azul, el blanco y la estrella solitaria, encabezó la marcha de las mujeres y del pueblo el día de la victoria bayamesa. La ciudad que viéndose asediada se dispuso a la resistencia y que en el paso del Cauto, a la cabeza de Donato Mármol enfrentó con fiereza, pero con desorganización, el paso de un ejército poderoso. Mientras que un desconocido, que fue llevado por el poeta José Joaquín Palma al propio Mármol, nobel general sin experiencia, nombrado sargento por darle un título, fue el encargado de escoger un puñado de hombres fuertes y valientes, posiblemente cortadores de caña, y enfrentar el otro núcleo fundamental de aquella ofensiva que avanzaba sobre la ciudad capital de la revolución, y fue en las Ventas de Casanova, en los Pinos de Baire, donde por vez primera surgió la leyenda gloriosa del machete como arma para alcanzar la redención Patria, gloria de la caballería cubana y gloria de esos años en que en un debate con un adversario fiero y fuerte, ganamos los lauros necesarios para proclamar ellos y nosotros, una República, una Nación de legítimo derecho.
Abogado y pensador, hombre de gran cultura recorrió el mundo, habló idiomas. Poeta refinado, cantó al Cauto, cantó a la Sierra, hizo el elogio en su poema Contestación de su propia vida, como ha escrito la venerable maestra Hortensia Pichardo en la unión magnífica con su esposo Fernando Portuondo, para elaborar la obra cespediana, contenida en los tomos que todos consultamos. Céspedes, con su ímpetu magnífico hizo avanzar el reloj del tiempo, puso a Cuba en el tiempo y el espacio, levantó su voz para aclamar el reconocimiento de las naciones, y la obtuvo, y en distintos rincones de la tierra, a pesar de la soledad de Cuba, a pesar del largo y sangriento proceso de aquella guerra, el país fue escuchado por hombres y mujeres notables de los cuales podríamos sacar solamente uno, quizás la cabeza más poderosa de su tiempo que desde su exilio en la isla de Genesee, escribía para Cuba al pueblo cubano, y a la mujer cubana: Víctor Hugo.
Es por eso que en este día, de recordación y de ofrenda, de alegría grande, de tristeza contenida, las flores que colocamos en este sitio son altamente simbólicas e importantes y hacen la gran apelación para no olvidar, por eso entre todas las ofrendas florales que hoy envía la nación, allá junto a la bandera de Céspedes, en la sala donde están los recuerdos, está colocada la del General Presidente, Raúl Castro Ruz; mientras que aquí junto al monumento de Céspedes, la del poderoso continuador de sus ideas, el compañero Fidel, líder histórico y Comandante en Jefe de la Revolución cubana.
A todos en este día, cuando inclinamos nuestra frente, porque hay días para reír y días para meditar, hagámoslo con respeto y admiración, ante los que nos dieron la posibilidad de tener una Patria, una Nación, un cielo, un suelo, una bandera hermosa, que él quiso en su momento fundacional, cambiar momentáneamente en su diseño, para después escuchar obedientemente el acuerdo de la Asamblea de Guáimaro y asumir aquella, que lavada con la sangre de incontables sacrificios, de compromisos circunstanciales y comprensibles, llegó a ser hoy y desde entonces la bandera de todos los cubanos.
¡Gloria a Céspedes y a sus compañeros!
¡Gloria a los que supieron luchar!
¡Gloria a la familia cubana, a la mujer, al anciano, al niño mártir, a los emigrados, a los que regresaron, a los que fundaron y perseveraron, a los que sufrieron y soñaron, a los que conservan, como fuerza más poderosa, la fe en la victoria y la esperanza!
Muchas gracias.
(Tomado del blog Eusebio Leal Spengler)
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