Por: Marcos Alfonso
Sentido de patria, libertad, dignidad humana: tales principios, al parecer sepultados por la dictadura de Batista en connivencia con el gobierno de los Estados Unidos, renacieron tras los asaltos a los cuarteles Moncada, en Santiago de Cuba y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo, el 26 de julio de 1953.
Encabezados por Fidel y otro grupo de valerosos jóvenes, las viriles acciones plantaban en el corazón de los cubanos una idea: su derecho a la autodeterminación y a definir su propio futuro.
La Generación del Centenario, a pesar del aparente fracaso de aquellas acciones, le hizo renacer la fe a este pueblo y le demostró la capacidad para conducir sus propios destinos.
A la distancia de seis décadas, aquella acción sin parangón en la historia de Cuba, tuvo su feliz final en el extraordinario triunfo de enero de 1959: la patria era al fin independiente.
Desde entonces hasta acá la indigencia en el campo y la mendicidad en las ciudades; los sin hogares; los desocupados; los niños abandonados y las familias desplazadas; las carencias de empleo, salud y educación, han desaparecido.
El control económico de los Estados Unidos y su dominación política -tal era su hegemonía sobre Cuba- pasaron a ser nefasta historia. Las acciones de Santiago y Bayamo, marcaron el principio del fin.
La dignidad de los hombres y mujeres de esta Isla, sus derechos humanos, su libertad en todos los órdenes, alcanzan ribetes mundiales y son reconocidos por las personas y organizaciones honestas en todos los confines del planeta.
Cuba, como quizás ningún otro país, exhibe la solidaridad humana como bandera, y miles de sus hijos desandan por los más disímiles y difíciles sitios del globo terráqueo, en franca evidencia de que un mundo mejor es posible.
Quien visita la Isla lo comprueba, a pesar del fardo de problemas que aún encara la Revolución por yerros propios y por aquellos derivados de la criminal política de Estados Unidos, con más de medio siglo de existencia: el bloqueo económico, financiero y comercial.
La plena libertad en todas sus manifestaciones; los derechos a todas las estructuras sociales; una forma de gobierno genuinamente popular ajena a todo tipo de politiquería; el acceso a la vastedad de la cultura en todas sus manifestaciones; la atención a la infancia y juventud, son realidades que ni los más reaccionarios engendros mediáticos pueden negar.
Hubo quienes, hace 60 años, consideraron las acciones de la Generación del Centenario como utopía. Transcurrido ese lapso, Cuba es un país donde ya nadie decide por sus hijos ni hasta la forma de morir; y el amor, la felicidad y la solidaridad, devienen cotidiana realidad.
A partir de la Revolución Cubana, los pueblos del mundo, y en particular los de América Latina y el Caribe, han sido más libres. Los diferentes procesos democráticos y sociales que acontecen en el presente en esta región, así lo ponen de manifiesto.
El porvenir de América Latina, y las realidades que se viven, encierran las visiones de Bolívar y Martí sobre la formación de una comunidad integral y autónoma capaz de mover el destino del mundo.
El ejemplo de esta Isla de historias aún por escribir es el legado de aquella hombrada de valientes quienes, sin vacilar, como expresara Fidel en su alegato La historia me absolverá, le dijo al pueblo: “¡Aquí tienes, lucha ahora con toda tus fuerzas para que sean tuyas la libertad y la felicidad!”
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